La Mañana
Amenecí boca arriba en el sillón rojo en el que, alternadamente con
un colchón en el suelo, duermo hace siete años, y son lo que yo
llamo mi cama.
El calor me tiene en su baho por lo del techo de chapa, y a pezar de
que la única ventana está cerrada a cortina, por dentro y por
fuera, y que no se escucha ni el canto de un pájaro: la mañana
suena a Mozart sin música alguna. Yo la sé espléndida. O, quizá,
la hago así, sin importar encapotamientos del cielo con sus lluvias,
vientos, o fríos intensos con sus molestas cortinas de agua; es
verano, y aunque alguna de estas situaciones climáticas no pudieran
darse, eventualmente me serían, como mínimo, indiferentes.
Ésta nueva mañana está dentro mío tanto como lo estaban los yugos
que al fin vencí, como una fuerza rozagante y pujante por salir a
acaparar el día y todos los próximos días, en un Allegro con
brío insoportable de aguantar un minuto mas.
Lo gris, lo densamente gris, se fué. O lo hice ir. Las melancolías
casi absurdas, la sensibilidad extrema al punto de crear claustros,
el mal a mí mismo, y las compulsivas desganas, no tuvieron derecho a
prórroga en mi desición de que me desalojen el cuerpo y la psíquis
de forma y manera inmediatas. Ya, no sé cómo ni quiero entrar en
ese tema, pude hacer a un lado la idea de que pase lo que pase voy a
morir, en lo temprano o lo tarde; para cambiarla por la incipiente
certeza de que voy viviendo cada día, para escuchar a Beethoven,
tocar el piano, escribir, verte.
Lo perdido y el desamor, ya no tienen peso. O los hice no tenerlo.
Los estadíos al borde de la muerte de quien me dió la vida, la
cierta muerte de quien fue su amado cómplice en dármela, bomitaron
sobre mí su martiro hasta hoy, no mas. La paranoia, las cábalas,
los ritos imperativos que no me dejaban ser libre en el querer y el
obrar; fueron dados de baja a pura fuerza de mi razón e intelecto.
Me enseñé a saberlos absurdos.
A aquellos años de niñéz en la ciudad vieja, cargados de sueños
de incendios, de cuasi alucinasiones de hombres con martillo
asomando por la ventana desde afuera, y de recuerdos siniestros de
experiencias que no habrían podido ser posibles si contaba yo con
mas de tres o cuatro meses de edad, los cambié por los de las
bajadas a la rambla a futbolear, andar en la bici nueva expropiándole
el derecho de tirarme si no la usaba con las “rueditas”; y los
momentos de maravilla observando a mi abuelo en plena creación al
torno, pariendo formas para un ajedrez de pino brasil.
Pero hoy, toda tristeza es pasado. Por eso hoy mi vigor le puede al
miedo. Por eso hoy no voy a desear que el pasado sea mejor, ni que
todo esté perfecto, como en mi burbuja de infante.
Porque sé que hoy tengo todo el poder de esta desición en mis
manos. Porque puedo hacer de lo que me quede de vida lo que quiera,
por mía e inarrebatable. Por eso, por no atravesar el suplicio de
tener que vencer todo esto otra vez, es que ni hoy, ni mañana, ni
nunca mas, voy a volver a salir de lo que yo llamo mi cama.
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