lunes, 10 de febrero de 2014

La Mañana


 Amenecí boca arriba en el sillón rojo en el que, alternadamente con un colchón en el suelo, duermo hace siete años, y son lo que yo llamo mi cama.
El calor me tiene en su baho por lo del techo de chapa, y a pezar de que la única ventana está cerrada a cortina, por dentro y por fuera, y que no se escucha ni el canto de un pájaro: la mañana suena a Mozart sin música alguna. Yo la sé espléndida. O, quizá, la hago así, sin importar encapotamientos del cielo con sus lluvias, vientos, o fríos intensos con sus molestas cortinas de agua; es verano, y aunque alguna de estas situaciones climáticas no pudieran darse, eventualmente me serían, como mínimo, indiferentes.
Ésta nueva mañana está dentro mío tanto como lo estaban los yugos que al fin vencí, como una fuerza rozagante y pujante por salir a acaparar el día y todos los próximos días, en un Allegro con brío insoportable de aguantar un minuto mas.
Lo gris, lo densamente gris, se fué. O lo hice ir. Las melancolías casi absurdas, la sensibilidad extrema al punto de crear claustros, el mal a mí mismo, y las compulsivas desganas, no tuvieron derecho a prórroga en mi desición de que me desalojen el cuerpo y la psíquis de forma y manera inmediatas. Ya, no sé cómo ni quiero entrar en ese tema, pude hacer a un lado la idea de que pase lo que pase voy a morir, en lo temprano o lo tarde; para cambiarla por la incipiente certeza de que voy viviendo cada día, para escuchar a Beethoven, tocar el piano, escribir, verte.
Lo perdido y el desamor, ya no tienen peso. O los hice no tenerlo. Los estadíos al borde de la muerte de quien me dió la vida, la cierta muerte de quien fue su amado cómplice en dármela, bomitaron sobre mí su martiro hasta hoy, no mas. La paranoia, las cábalas, los ritos imperativos que no me dejaban ser libre en el querer y el obrar; fueron dados de baja a pura fuerza de mi razón e intelecto. Me enseñé a saberlos absurdos.
A aquellos años de niñéz en la ciudad vieja, cargados de sueños de incendios, de cuasi alucinasiones de hombres con martillo asomando por la ventana desde afuera, y de recuerdos siniestros de experiencias que no habrían podido ser posibles si contaba yo con mas de tres o cuatro meses de edad, los cambié por los de las bajadas a la rambla a futbolear, andar en la bici nueva expropiándole el derecho de tirarme si no la usaba con las “rueditas”; y los momentos de maravilla observando a mi abuelo en plena creación al torno, pariendo formas para un ajedrez de pino brasil.
Pero hoy, toda tristeza es pasado. Por eso hoy mi vigor le puede al miedo. Por eso hoy no voy a desear que el pasado sea mejor, ni que todo esté perfecto, como en mi burbuja de infante.

Porque sé que hoy tengo todo el poder de esta desición en mis manos. Porque puedo hacer de lo que me quede de vida lo que quiera, por mía e inarrebatable. Por eso, por no atravesar el suplicio de tener que vencer todo esto otra vez, es que ni hoy, ni mañana, ni nunca mas, voy a volver a salir de lo que yo llamo mi cama.

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